martes, 20 de septiembre de 2016

Te dejo

Déjame.
Déjame colgarme de tus pestañas, déjame caer en un parpadeo y mirarme en el espejo de tus ojos de madera. Déjame deslizarme por tu nariz de crío, como si fuera una cría, y aterrizar en el mar de labios en el que me gusta perderme mil veces al día.
Déjame.
Déjame atravesar el bosque de tu barbilla y amanecer en la llanura de tu cuello, subiendo y bajando la cuesta de tu nuez hasta llegar al nacimiento de tu clavícula, que cae en cascada hacia el hombro. Déjame.
Déjame descarrilar en tu tráquea, chocar con tus costillas y caer en la ternura de tu barriga. Déjame hacer noche en tu ombligo, pues no preciso de hoguera para no pasar frío en el centro de tu cuerpo.
Déjame despertar y adentrarme en la selva, déjame trepar por el pico más alto, divisar el horizonte desde la cumbre y estallar con el volcán hasta morir en un suspiro.
Déjame.
Déjame volver en sí, y cerrar el telón con un beso. La función ya terminó, deja que te abrace y me duerma en tu cuello.
Déjame empezar después, de nuevo.
Déjame, si quieres, si me quieres, yo te dejo.

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