martes, 18 de junio de 2013

Común añoro.

Común es habitual, frecuente, colectivo, pero no ordinario ni insignificante.





Como cuando un árbol pierde sus hojas, y observa, nostálgico, cómo el viento las va lanzando hacia el horizonte.
Como cuando el mar intenta en vano alcanzar la tierra, sacudida tras sacudida, ola tras ola, siempre desistiendo y volviendo a su origen.
Como cuando un piano se va impregnando de polvo, solitario y descuidado en una casa abandonada, ansioso de que algunas manos toquen sus teclas.
Como un desierto, antes bosque, vacío y quemado, tras un incendio o tras una tala masiva de sus cabellos de madera.

Así estoy yo, así me he quedado, y así nos hemos quedado todos y cada uno de nosotros cada vez que se ha ido de nuestra vida alguien importante, ya sea por muerte, por olvido o por desenlace trágico de alguna amistad.

En momentos como este sólo queda recordar buenos momentos y divisarlos, cada vez más lejos, hasta que desaparecen, aunque dejando huella. Ver como un gran pilar sustentante de tu vida se va poco a poco caminando a lo largo de la orilla de la playa, pilar cuyos pasos quedan marcados pero cada vez más difuminados y finalmente borrados a golpe de olas, pero nunca del todo.

Del pasado no se puede vivir pero recordar unos buenos dias, unas risas y unos cientos de miles de anécdotas a veces es el empujón que nos ayuda a levantarnos cada día con una sonrisa a pesar de permanecer con ojos nostálgicos y apesadumbrados.

Poco vale y de nada sirve arrepentirse de las cosas sabiendo que el tiempo no viaja hacia atrás. Por eso vive, recuerda, y sonríe al recordar.
Porque la diferencia entre un simple palo y un boomerang es la misma que entre una persona que no merece la pena y otra que sí. El palo se pudrirá y se perderá en sus cosas; el boomerang se irá, verá mundo, atravesará horizontes, pero en algún momento echará de menos, como yo, y volverá.



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